Sumergido en el agua del mar

28/05/2015

Algunas personas tienen alma de animal marino. Su cuerpo, sumergido en el agua del mar, gana en habilidades, en movimientos, en experiencia. Para ellos, no existen lugares bajo la superficie que no puedan ser explorados para hallar un pedacito de magia en cada una de sus esquinas

Algunas personas tienen alma de animal marino. Su cuerpo, sumergido en el agua del mar, gana en habilidades, en movimientos, en experiencia. Para ellos, no existen lugares bajo la superficie que no puedan ser explorados para hallar un pedacito de magia en cada una de sus esquinas. Y República Dominicana, para estos buceadores natos es un paraíso con dos puntos marcados en el mapa como verdaderamente fascinantes: el naufragio del St. George y la cueva Padre Nuestro.

El St. George fue construido en Escocia en 1962 y sirvió durante más de veinte años para transportar trigo y cebada entre Noruega y América. Este transatlántico de 240 metros de eslora terminó sus días abandonado en el puerto de Santo Domingo. En 1999 fue hundido en la zona de La Romana Bayahibe, con el fin de convertirlo en arrecife artificial y un lugar de buceo interesante. Y así ha sido. El St George alberga una gran cantidad de especies de fauna y flora, un cofre de acero en el fondo del mar con el mejor y más colorista de los tesoros. Barracudas, morenas, carites, meros y muchas otras especies nadan entre sus cubiertas y sus hélices, y se dejan contemplar como quien pasea por una rambla. Pero su riqueza no se queda en el exterior, ya que el interior, la sala de máquinas, el arco o las guinchas, se dejan explorar a través de dos aberturas laterales en el casco.

Pero si el buceador lo que quiere son paisajes de roca, la cueva Padre Nuestro, en el Parque Nacional del Este, es un desafiante túnel de 290 metros de largo sólo para los más expertos y en buena forma física. La inmersión se inicia con una entrada por tierra, de la que destacan sus paredes de estalactitas y estalacmitas, distintas capas de rocas y formaciones de agua salada y agua dulce. Perderse en las historias de los años de formación de estas impresionantes construcciones naturales permite hacerse una idea de lo que se encontrará un poco más adelante. El paseo termina en unas cuerdas de seguridad que permitirán el descenso para empezar una inmersión de algo más de media hora que resultará difícilmente olvidable para nadie. Eso sí, siguiendo siempre las normas de seguridad de los guías y sin arriesgar más de lo necesario.

La superficie del mar, ese horizonte ondulante que se abre ante el viajero de tierra, es sólo el principio de la gran aventura para esos amantes, para algunos temerarios, de la piel mojada y el sabor de la sal en los labios.

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